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| El mundo según Ides A los 90 años, Ides Kihlen sigue siendo un caso único en el mundo del arte: dedicada a la pintura desde niña, conoció cuanto aprendizaje formal y taller de grandes maestros se le presentara. Amiga de Quinquela Martín, de Kenneth Kemble, alumna de André Lothe y Batlle Planas, recién aceptó mostrar su obra a una edad inusual para los debuts: 83. Ahora, con la excusa de su cumpleaños, se da el gusto de inaugurar otra exposición y entregarse a las conversaciones.
Detrás de la puerta se adivina una silueta menuda. Una mano sobre el marco, otra a la cintura, la mirada vuelta hacia el ascensor que no llega, que no se abre, que no da indicios de vida. Ha habido un error y la persona que ella espera llega desde otro lado. Ides Kihlen sonríe con la esplendidez de sus 90 años. No lleva el delantal colorado lleno de manchas, pero una vincha salpicada de lentejuelas doma su pelo lacio, los eternos anteojos esfumados ocultan unos ojos intensos como el cielo. Cuando espera gente, se toma un rato para prepararse; sacarse la pintura pegada no es tarea fácil, dice, y muestra dos manos pequeñas, maravillosas, que acompañan sus palabras con un vaivén musical.
–Todos los días lo primero que hago es venirme acá... esto nunca está mejor –y las manos maravillosas abren la puerta para dejar ver un taller sembrado de colores por el piso, ensayos sobre paredes, trabajos terminados, trabajos por terminar, un caballete; las pruebas de una vida que empieza y termina cada día en la pintura–. Es que acá tengo muy buena luz.
Ides es la mujer que empezó a pintar de muy chica y ya nunca se detuvo. Con 13 años soportó que el legendario Pio Collivadino le impidiera el acceso a la Escuela de Bellas Artes, que él dirigía, porque la encontraba demasiado joven; un año después volvió a presentarse y lo logró. Es también la alumna de Kenneth Kemble que luego se convirtió en su amiga; la insaciable que fue de taller en taller, de Batlle Planas a Quinquela Martín, de Petorutti a Vicente Puig, porque necesitaba desesperadamente aprender, devorar, ver; la que, cuando fue preciso, aprovechó las vacaciones de verano para dejar a sus hijas adolescentes con su madre y viajar a París sólo por estudiar una temporada con Andre Lothe. Ides es la que pintó toda su vida y sólo accedió a mostrar su obra cuando había cumplido 83 años.
–Un día vino un galerista a ver un cuadro que había comprado mi hija, para decirle qué le parecía. Resulta que la puerta del taller estaba así, como entreabierta, y él dijo: “¿Y esos cuadros? ¿De quién son?! “Ah, son de mamá”, le dijo ella. “¿Pero quién los pintó?”
Fue el principio del vértigo: el stand que la Galería Arroyo tenía en Arte BA. Era el año 2000. Allí se vieron por primera vez esos paisajes de colores juguetones sobre fondos leves, ese espíritu festivo de banderines y trazos azarosos, esa magia hecha de música vestida como imagen, los pasos de collages que le llevan los días, le dan ganas de levantarse a la mañana y soñar por las noches. Ahí estaban, colgados, casi, contra la voluntad de una vida que todo lo que buscó, todo lo que busca es pintar más allá de las consecuencias.
–Cuando los vi, me gustó cómo quedaban, pero yo no sabía... o sea, era muy importante pensar que me habían colgado, pero ver tantos cuadros... Un poco de miedo tuve. Y vendí ahí, el primer día, un montón de cuadros. Jamás había pensado que iba a ganar plata con mi pintura. Yo no había ganado un centavo nunca. Mi padre me mantenía, los padres de antes eran distintos, te heredaban la casa. Después trabajaba mi marido. La vida era diferente, ¿no? ¿Por qué nunca habías expuesto antes?
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